jueves, 21 de abril de 2011

Quinta jornada: 19 abril 2011. Últimas pinceladas

/Dedicamos la última jornada a conocer Oporto. En este caso y con el palizón que nos metimos ayer no quisimos saber nada de bicicletas. Después de desayunar tan opíparamente como el resto de los días y con el tiempo amenazando lluvia, nos lanzamos hacia el centro de la ciudad a golpe de zapatilla. Bajamos otra vez por la calle Cedofeita hasta la plaza de Gómes Teixeira. Allí entramos a visitar la iglesia del Carmen y la de las Carmelitas. Están contiguas y tienen una distribución interior muy similar. El exterior está recubierto de azulejos azules con escenas de descubrimientos. Un poco más abajo nos metimos en el Centro Portugués de Fotografía, enclavado en un lugar curioso, una especie de monasterio con grandes rejas y puertas. Las exposiciones eran sencillamente aceptables (a mi juicio, además, bastante mal comisariadas), nada especialmente llamativo.
Una curiosa vista de la ciudad
Continuamos bajando hacia el río por la calle San Bento da Vitoria, visitamos otra iglesia sencillita (la de Nossa Senhora da Vitoria), al lado de la que disfrutamos de un mirador interesante desde el que se divisaban una vistas bonitas de una parte de la ciudad. Después, por la calle Ferraz desembocamos en la calle de las Flores y, bajándola, alcanzamos la Plaza del Infante don Henrique, en la que se encuentra la Bolsa y el mercado Ferreira Borges. No pudimos entrar en la Bolsa porque había mucha cola y continuamos bajando hasta la Ribeira. El paseíto hasta el puente de Luis I es muy bonito y las fachadas de las casas muy auténticas. El puente es obra de un discípulo de Eiffel, fue inaugurado en 1886 y posiblemente es el más bonito de los seis que unen Oporto con Vila Nova de Gaia.
Oporto desde Vila Nova de Gaia
Al otro lado del río se sitúan la mayor parte de las bodegas de los conocidos vinhos do Porto, Frente a las mismas hay réplicas de los barcos de época que transportaban el vino a lo largo del Douro y que hoy se exhiben como reclamo publicitario. Desde la otra orilla se aprecia un perfil precioso del casco antiguo de la ciudad. Intentamos visitar las bodegas de Sandeman y de Ferreira, pero no fue posible por cuestión de horarios. Al final -y lloviendo a cántaros- decidimos entrar en la de Cálem (4 € per cápita). Aunque a esa hora (las 14:30) la visita era en inglés, nos dio igual. La encontramos entretenida y al final nos dieron dos vinos de degustación a cada uno.
Vinho do Porto, el motor económico de la ciudad
A la vuelta, ya cansados, decidimos coger el autobús (el 901). Nos dejó en la avenida dos Aliados y de allí caminando en un cuarto de hora llegamos al hotel. Pertrechamos las bicicletas, nos despedimos del personal del hotel y nos fuimos en el metro hasta la estación de Campanhá (1,5 € por cabeza), donde a las 17:55 cogimos el tren de regreso hasta Valença (9,35 € incluidas las bicis) para llegar a las 20:21 h. Se acaba el viaje y, como siempre, te embarga esa sensación que te entristece cuando algo de lo que disfrutas se termina. Los viajes tienen algo de aventura porque proporcionan nuevas sensaciones y, además, el estar en contacto con otros lugares, el ver otras gentes, el apreciar formas diferentes de vida, adaptarse a otros hábitos, percibir otro idioma y probar comidas distintas, nos enriquece. Moverse es sano porque en el fondo supone renovarnos. Con esa sensación y recreando momentos de estos días llegamos rápido a Valença. Recuperamos el coche sin ningún problema, cenamos en un restaurante enfrente (sopas de legumbres, cabrito asado y bacalhau, 40 €) y tras dos horitas de viaje estamos nuevamente en casa con el alma un poco oxigenada.
Lola melancólica, al iniciar el final del viaje en la estación de Campanha

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